Acrisio, rey de Argos, tuvo una hija a quien puso por nombre Dánae. Como no tenía ningún hijo varón, el rey decidió preguntar al oráculo qué debía hacer para conseguirlo. El oráculo le dijo: –No tendrás hijos varones pero tendrás en cambio un nieto que acabará con tu vida-. Para evitar este destino, Acrisio decidió encarcelar a su hija Dánae en una celda subterránea con puertas de bronce y custodiada por perros salvajes.
Pero Zeus Olímpico, el padre de todos los dioses, se enamoró de Dánae y se burló de las precauciones de Acrisio logrando entrar en la prisión. Zeus tomó la forma de una lluvia de oro y cubrió de este modo a la joven dejándola encinta. Poco tiempo después, Dánae dio a luz a Perseo.
Acrisio, al ver nacer a su nieto, temió por su vida: –¡Oh, fieles servidores!
¡Encerrad a mi hija Dánae y al niño Perseo en un arca de madera y arrojadla al mar!, -ordenó. Acrisio esperaba que las aguas acabaran con la vida del niño que estaba predestinado a asesinarlo.
Zeus impidió que la pequeña nave fuera devorada por las aguas. El arca fue a la deriva hasta llegar a la isla de Serífea. Allí, un pescador la descubrió y la condujo a la playa. Cuando halló en su interior a Dánae y al pequeño Perseo los llevó a presencia del rey Polidectes. El rey los acogió en su casa y tiempo después desposó a Dánae y adoptó al niño como hijo propio.
Sin embargo, al cumplir veinte años, Perseo se destacaba por su belleza y su bravura ganándose hasta tal punto el afecto del pueblo que Polidectes sintió que su propia gloria se oscurecía.
–¡Oh, Perseo, hijo mío! -clamó Polidectes-. Heredarás seguramente este reino. Deberías por tanto aprovechar los años de tu juventud para llegar a él cubierto de gloria-. Las palabras del rey halagaron las ambiciones de Perseo que deseaba obtener triunfos y fama.
–Sé que eres valiente, oh Perseo, -insistió el rey decidido a alejar de Serífea a su hijo adoptivo. –Te encomiendo por lo tanto conseguir un regalo especial para tu madre. Ve, hijo mío, y trae para ella la cabeza de Medusa.
La Medusa era una de las tres Gorgonas, hijas de Forcis, dios del mar, la única mortal de las tres hermanas. Las Gorgonas, en vez de cabellos, tenían serpientes y por su asqueroso aspecto convertían en piedra a todos los que las contemplaban. Por esa razón, la misión que Polidectes había encomendado a Perseo era para el joven una muerte segura.
A pesar del peligro que significaba, Perseo aceptó sin titubeos semejante tarea. –Atenea, hija mía, -llamó Zeus- acude con tu astucia en ayuda del arriesgado Perseo-. La diosa aprestó su vuelo para descender frente al valiente joven: –Oh, Perseo, -le aconsejó- interroga a las Grayas, hermanas de las Gorgonas. Ellas te indicarán el camino para hallar a Medusa. Antes de partir a su encuentro, invócame.
Las Grayas eran viejas de nacimiento; tenían entre las tres un solo ojo y un solo diente, que compartían por turnos. Se negaron a escuchar a Perseo hasta que el joven se apoderó del diente y del ojo; para recuperarlos, las Grayas le señalaron a Perseo el camino que conducía a las Gorgonas. Antes de emprender el viaje, Perseo recordó el consejo de Atenea y la invocó. La diosa de claros ojos apareció ante él: -¡Oh, Perseo! Has de llevar contigo este escudo que he pulido; su superficie es brillante como un espejo. Sólo en él clava tus ojos para observar a Medusa y cortar su cabeza; si en cambio la miras de frente, quedarás convertido en piedra de inmediato.
Hermes, mensajero de los dioses, ofreció también sus obsequios a Perseo: –jOh, valiente Perseo! ¡Calza en tus pies mis sandalias aladas y carga mi morral para guardar en él la cabeza de Medusa! Pero, sobre todo, no dejes de atar en tu cinto esta hoz de bronce, dura como el diamante, que ha sido tallada por los mismos dioses-. Provisto de estas armas e impulsado por las sandalias aladas, Perseo se trasladó al otro extremo del océano, no lejos del País de los Muertos, hasta la morada de Medusa, a la que halló sumida en un profundo sueño.
El héroe fijó sus ojos en el reflejo del escudo y allí divisó a las tres Gorgonas, Medusa y sus hermanas, entre formas de hombres y fieras de piedra erosionadas por obra de la lluvia. Sus largos cabellos eran serpientes palpitantes que se movían como rizos agitados por el viento; sus cuerpos estaban cubiertos de escamas de dragón y largos colmillos de jabalí asomaban por sus bocas entreabiertas; tenían, las tres, manos de bronce y alas de oro. Perseo observó atentamente el reflejo de las Gorgonas en el pulido escudo y pudo descubrir, en una de ellas, los restos de una antigua belleza que la había llevado a competir con la diosa Atenea: esa era Medusa.
Perseo se cruzó el morral, se ajustó las sandalias a los tobillos y alzó la hoz de bronce dura como el diamante que había recibido de manos de Hermes. Atenea guiaba a Perseo cuando él, siguiendo la imagen de Medusa que se reflejaba en el escudo como en un espejo, la decapitó y, sin mirarla, ocultó la cabeza del monstruo en el morral.
Un manantial de sangre brotó del cuello descabezado de la Gorgona y un inmenso caballo dotado de amplias alas ascendió hacia el cielo: era Pegaso. Despertaron entonces las otras Gorgonas.
Esteno, la menor, poseía una fuerza extraordinaria; al ver muerta a su hermana Medusa, extendió sus manos de bronce para atrapar a Perseo y no logró alcanzado porque él ya alzaba el veloz vuelo.
Euriale, la mayor de las tres, intentó elevarse e ir tras él, pero el peso de sus alas de oro la dejó atada a las rocas.
Perseo voló de regreso a la isla de Serífea dispuesto a entregar al rey Polidectes la cabeza de Medusa. Su vuelo duró largos días y lo llevó a aproximarse a las costas de Etiopía.
… CONTINUARÁ… con «Perseo y Andrómeda«.
Escrito por José Coroleu e Inglada
Digital Art de Marcelo Encinas sobre
«Testa di Medusa» de Michelangelo Merisi de Caravaggio.
-Pintado al óleo aproximadamente en el año 1597, tamaño 60 x 55 cm., montado en un escudo convexo de madera, que le da cierta tridimensionalidad, el tamaño natural de la cabeza lo hace muy realista. Se encuentra en la Galería de los Uffizi de Florencia, fue exhibido en el Bellas Artes.
Escultura «Perseo con la cabeza de Medusa» de Benvenuto Cellini
Pintura «Perseo convierte Phineas en piedra» de Sebastiano Ricci.