Había una vez tres derviches. Sus nombres eran Yak, Do y Se. Provenían del Norte, del Oeste y del Sur respectivamente. Tenían una cosa en común: estaban buscando la Verdad Profunda, y trataban de encontrar un Camino.
El primero, Yak-Baba, se sentó a meditar hasta que tuvo dolor de cabeza. El segundo, Do-Agha, se paró de cabeza hasta que le dolieron los pies. El tercero, Se-Kalandar, leyó libros hasta su nariz sangró.
Finalmente decidieron realizar un esfuerzo en común. Se recluyeron y realizaron sus ejercicios al unísono, esperando, de esta manera, incitar suficientemente su empeño como para provocar la aparición de la Verdad, a la que ellos llamaban la Verdad Profunda.
Perseveraron durante cuarenta días y cuarenta noches. Finalmente, en un torbellino de humo blanco, como surgiendo del suelo, apareció frente a ellos la cabeza de un hombre muy anciano. “¿Eres tú el misterioso Khidr, guía de los hombres?”, preguntó el primero. “No, es el Qutub, el Pilar del Universo”, dijo el segundo. “Estoy convencido de que éste no es otro que uno de los Abdals, Los Transformados”, dijo el tercero.
“No soy ninguno de éstos”, bramó la aparición, “pero soy lo que vosotros pensáis que soy. Ahora bien, ¿todos buscáis la misma cosa, a la que llamáis la Verdad Profunda?”
“Sí, Oh Maestro”, contestaron a coro.
“¿Es que nunca habéis oído el dicho: “Existen tantos Caminos como corazones de hombres”?”, preguntó el rostro. “De cualquier manera, he aquí vuestros caminos:”
“El Primer derviche viajará a través del País de los Tontos; el Segundo derviche tendrá que encontrar el Espejo Mágico; el Tercer derviche deberá invocar la ayuda del Genio del Remolino.” Después de haber dicho esto, desapareció.
Se produjeron algunas discusiones, no sólo porque los derviches querían más información antes de partir, sino también porque, aunque todos habían practicado caminos distintos, cada uno, sin embargo, creía que existía un solo camino: el propio, por supuesto. Ahora bien, ninguno estaba seguro de que su propio camino fuese suficientemente útil, aunque hubiese sido responsable, en parte, del haber materializado la aparición que acababan de ver, y cuyo nombre desconocían.
Yak-Baba fue el primero en abandonar la celda, y en lugar de preguntar a cualquiera, como había sido su costumbre, la dirección de algún hombre sabio de la vecindad, preguntó a cuanta persona cruzaba si conocía el País de los Tontos. Finalmente, después de muchos meses, alguien supo indicarle, y partió hacia allí. Tan pronto entró en ese País, vio a una mujer cargando una puerta sobre sus espaldas. “Mujer, ¿por qué haces eso?”, preguntó.
“Porque esta mañana mi esposo, antes de dirigirse a su trabajo, me dijo: “Esposa, hay cosas valiosas en la casa; no dejes que nadie pase esta puerta.” Cuando salí, cargué la puerta conmigo, de manera que nadie la pudiese pasar. Por favor, ahora, deja que yo te pase a ti.”
“¿Quieres que te diga algo que hará innecesario que lleves la puerta contigo a todas partes?”, preguntó el derviche Yak-Baba.
“De ninguna manera”, contestó. “Lo único que podría ayudarme sería que me dijeras cómo aligerar el peso de la puerta.”
“No puedo hacer tal cosa”, dijo el derviche, y dicho esto se separaron.
Un poco más adelante, encontró un grupo de personas. Estaban acurrucadas, llenas de terror frente a una enorme sandía que había crecido en un campo. “Nunca hemos visto antes uno de estos monstruos, seguramente seguirá creciendo y no matará a todos. Pero tenemos miedo de tocarlo”, le dijeron.
“¿Os gustaría saber algo acerca de él?”, les preguntó.
“No seas tonto”, le contestaron. “Mátalo y serás recompensado; ninguna otra cosa relacionada con él nos interesa.” Fue así como el derviche sacó un cuchillo, se acercó a la sandía, cortó una tajada y empezó a comerla.
En medio de terribles gritos de terror, la gente le entregó un puñado de monedas. Al marcharse el derviche, le dijeron: “¡Por favor no regreses, Honorable Asesino de Monstruos! ¡No regreses a matarnos también a nosotros!”
De este modo, gradualmente, aprendió que en el País de los Tontos, para poder sobrevivir, uno debía poder pensar y hablar como si fuese un tonto. Luego de varios años logró devolver la razón a algunos tontos y en recompensa por esto logró alcanzar un día el Conocimiento Profundo. Mas, aunque alcanzó la santidad en el País de los Tontos, éstos lo recordaron simplemente como el Hombre que Despanzurró al Monstruo Verde y Bebió Su Sangre. Trataron de hacer lo mismo para alcanzar el Conocimiento Profundo, pero nunca lo lograron.
Mientras tanto, Do-Agha, el Segundo derviche, partió a la búsqueda del Conocimiento Profundo. Por los sitios que pasaba en lugar de preguntar por los sabios locales o por nuevos ejercicios y postura, sólo preguntó si alguien sabía algo del Espejo Mágico. Recibió muchas respuestas que lo despistaron, pero finalmente comprendió dónde podría estar. Se encontraba en un pozo, colgado de un hilo delgado como un cabello, y este espejo era sólo un fragmento, pues estaba hecho de los pensamientos de los hombres y no había suficientes pensamiento para construir un espejo entero.
Cuando hubo engañado al demonio que custodiaba el Espejo, Do-Agha fijó la mirada en el espejo y pidió el Conocimiento Profundo. Este le fue otorgado en seguida. Se estableció en una región donde, muy feliz, enseñó por muchos años. Mas, debido a que sus discípulos no mantuvieron el mismo grado de concentración necesario para renovar periódicamente el espejo, éste se esfumó. Aún hoy existen personas que fijan su mirada en espejos, pensando que es el Espejo Mágico de Do-Agha, el derviche.
En cuanto al Tercer derviche, Se-Kalandar, buscó al Genio del Remolino por todas partes. Este Genio era conocido por distintos nombres, pero Kalandar no lo sabía. Se cruzó, durante años, con las huellas del Genio sin llegar a encontrarlo, ya fuese porque en ese lugar no se lo conocía como Genio o porque no se referían a él asociándolo con un remolino.
Finalmente, luego de muchos años, llegó a un pueblo donde preguntó: “¡Oh Gente! ¿Alguno de vosotros sabe algo del Genio del Remolino?”
“Nunca he oído nada sobre el Genio, pero este pueblo se llama Remolino”, alguien dijo.
El Kalandar se arrojó al suelo y exclamó: “¡No abandonaré este sitio hasta que el Genio del Remolino se me aparezca!”
El Genio, que se hallaba oculto en las cercanías, en medio de un remolino, surgió frente a él y le dijo: “No nos gusta que haya extranjeros cerca de nuestra aldea, derviche; por esa razón he venido a ti. ¿Qué es lo que buscas?”
“Busco el Conocimiento Profundo, y me informaron en tales y tales circunstancias que tú podrías decirme cómo encontrarlo.”
“Por cierto que puedo”, dijo el Genio. “Tú has pasado por mucho. Todo lo que te queda por hacer es decir tal y tal frase, cantar tal y tal canción, llevar a cabo tal y tal acción y evitar tal y tal otra. Entonces alcanzarás el Conocimiento Profundo.”
El derviche agradeció al Genio y comenzó su programa. Pasaron meses, luego años, hasta que logró realizar correctamente sus devociones y ejercicios. La gente se acercaba a él y lo observaba; luego comenzaron a imitarlo, debido a su celo y a que era conocido como hombre devoto y meritorio.
Finalmente, el derviche alcanzó el Conocimiento Profundo, dejando tras de sí un grupo de gente devota, que siguió con sus métodos. Ellos, por supuesto, nunca alcanzaron el Conocimiento Profundo, porque estaban comenzando por el final del curso de estudio del Derviche.
Desde entonces, siempre que partidarios de estos tres derviches se encuentran, uno dice: “Aquí tengo mi espejo, míralo con suficiente insistencia y lograrás en su momento alcanzar el Conocimiento Profundo.”
Otro replica: “Sacrifica una sandía, y esto ayudará como al Derviceh Yak-Baba.”
Un tercero interrumpe: “¡Absurdo! El único camino es el perseverar en el estudio y organización de ciertas posturas, plegarias y buenas acciones.”
Cuando hubieron alcanzado el Conocimiento Profundo, los tres derviches descubrieron que eran incapaces de ayudar a aquellos que habían dejado atrás. Como ocurre cuando un hombre transportado por una corriente ve a un bisoño perseguido por un leopardo, y le es imposible acudir en su ayuda.
Murad Shami
Maestro Sufí, Jefe de los Muradis.