Cefeo y su mujer Casiopea reinaban por entonces en Etiopía. Se dice que Cefeo había sido uno de los argonautas que acompañaron a Jasón en la búsqueda del vellocino de oro. Cefeo y Casiopea eran padres de una joven llamada Andrómeda, la más bella de las mortales. La reina estaba tan orgullosa de su belleza que se volvió arrogante. –¡Ah, Nereidas, ninfas del mar!–clamaba Casiopea-. ¡Os lamentaréis al miraros en el espejo de las aguas por no ser tan bellas como Andrómeda, mi hija, y como yo misma! Las Nereidas se enfurecieron con la reina Casiopea: –¡Oh, Poseidón, rey de los mares! –rogaron a su padre–o ¡No permitas que una mortal se burle de tus hijas!
–¡Nereidas, hijas mías!, –respondió Poseidón-. Casiopea será castigada por no agradecer a los dioses que la han bendecido con tan gran belleza.
Poseidón envió un diluvio sobre las tierras de Etiopía y un monstruo marino llamado Cetus asoló sus playas. Cefeo y Casiopea temieron que las aguas del diluvio y la maldad del monstruo destruyeran a su pueblo y consultaron al oráculo.
–¡Oh, rey justo de las tierras etíopes! –indicó el oráculo–, Las aguas cesarán y el monstruo retornará a las profundidades del mar si puede llevar consigo tu hija Andrómeda.
–¡Oh, amados y nobles padres míos! –sollozaba Andrómeda-. No dudéis en entregarle mi vida a Cetus si es que de ese modo salváis al pueblo de Etiopía-. Los reyes, viendo que esa era la única forma de proteger su reino sumidos en el dolor, decidieron encadenar a la hermosa Andrómeda a unas rocas de la costa para que Cetus la tomara de allí y la llevara consigo.
Pero un joven héroe atravesaba en ese momento los cielos del país de los etíopes. Era Perseo que regresaba de cortar la cabeza de Medusa. Desde lo alto escuchó los lamentos de Andrómeda, la vio encadenada a las rocas y observó el desplazamiento del monstruo marino que se acercaba a ella. Se lanzó hacia abajo en picada. –jOh, bella princesa encadenada, cesa lamentos y cierra los ojos!, –exclamó con fuerte voz e insistió en ordenarl –¡No lo dudes, cierra tus ojos!
Perseo cerró él mismo sus ojos al tiempo que descendía un poco más para aproximarse a la superficie de las aguas del mar. Extrajo entonces de su morral la cabeza de Medusa y se la mostró al monstruo. La bestia se alzaba en ese momento para devorar a Andrómeda. A la vista de Medusa, quedó al instante convertido en piedra. El héroe introdujo de nuevo la cabeza en el morral teniendo cuidado de que Andrómeda no la mirara. Descendió aún más en su vuelo y atravesó con su dura hoz una y otra vez aquel bloque de piedra. Una sangre espesa manaba de las heridas del monstruo y teñía la piedra enrojeciéndola hasta convertirla en un gigantesco bloque de coral que se sumergió sin remedio en las claras aguas del Mediterráneo.
Después, se acercó Perseo a la princesa para liberarla de sus cadenas. Ella reveló quién era y los motivos de su sufrimiento e interrogó de este modo a Perseo: –¿Quién eres tú, joven héroe? ¡Dime cuál es tu nombre ya que con tal valentía me has salvado de caer en las garras de Cetus, el monstruo marino!-. Perseo dijo su nombre mientras clavaba sus ojos en los ojos de Andrómeda que, a su vez, lo miró. Al cruzar sus miradas, sintieron ambos que el amor encendía sus corazones.
Cefeo y Casiopea, en el colmo de su alegría, abrazaron a Perseo como su salvador. –¡Perseo, valiente como un dios! –saludó el rey Cefeo-. Has salvado nuestro reino y recuperado a nuestra hija. ¿Cómo podremos recompensar tu heroísmo?-. –¡Oh, noble rey!, –respondió Perseo–permíteme desposar a tu hija, la bella Andrómeda, por quien mi corazón siente el amor más profundo.
Al día siguiente se celebraron las bodas. Mientras se realizaba el banquete, llegó al palacio Fineo, hermano de Casiopea, a quien Andrómeda había sido prometida en matrimonio. El cobarde Fineo no había hecho nada por salvar a la princesa de las garras del monstruo marino, pero ahora que la veía libre venía a reclamar el cumplimiento del compromiso. Fineo entró rodeado por sus amigos, se dirigió hacia Perseo y lo retó: –¡Escucha, extranjero! –le dijo-. Has salvado a mi prometida Andrómeda de la fuerza de Cetus. ¡Si quieres ahora hacerla tu esposa, deberás volver a demostrar tu valentía ante mí y mis compañeros!-. Perseo no dudó en enfrentar sin temor a Fineo y sus compañeros. Empuñó su brillante hoz y luchó con ellos. Sin embargo, pronto comprendió que estaba a punto de ser derrotado por la superioridad numérica de los enemigos. Fue entonces cuando recordó que poseía un arma invencible. Tomó la hoz con la mano izquierda para detener los ataques al tiempo que elevaba su brazo derecho y, sin mirar, extraía la cabeza de Medusa del morral que siempre llevaba sobre su espalda. Alzó el trofeo manteniendo los ojos fijos en la punta de sus propias sandalias y puso aquella horrible visión ante sus atacantes. Fineo y sus secuaces quedaron irremediablemente transformados en fría roca.
Pero Casiopea, olvidando que Perseo era el salvador de su hija, sintió grandes deseos de vengar a su hermano e intentó conspirar contra la vida del joven. Zeus mismo protegió esta vez a su hijo de tan injusta traición salvándolo de la muerte. El padre de los dioses lanzó su aliento e hizo que el soplo elevara al cielo la imagen de la reina Casiopea.
Al verla allí, Poseidón recordó la arrogancia de la reina y la colocó sentada en su trono de tal modo que, en algunas estaciones del año, se la puede contemplar cabeza abajo en los cielos, con un aspecto ridículo, como castigo por haber osado considerarse más bella que las Nereidas.
… CONTINUARÁ… con «Las nereidas».
Imagen: «Perseo y Andrómeda».
Encargado por Luis XIV para los jardines de Versalles.
Mármol de Carrara, 1715, Artísta Pierre Puget -francés, 1620-1694-, con la ayuda de Christophe Veyrier.